martes, 23 de agosto de 2016

El frente social ante el imperialismo global

Luciano Salerni, Alainet

Estamos es un momento particular, un punto crítico en el desarrollo del capital y una bisagra para las luchas sociales. Se pone en juego la conducción del proceso ya que bajo la visión política liberal el movimiento obrero y el pueblo quedan encerrados en el posibilismo económico y político. Y de esa manera, el proyecto de país, el proyecto nacional, solo podrá ser furgón de cola de cualquiera de los imperialismos que se disputan hoy el re-parto del mundo. Pese a las distancias geográficas kilométricas donde ocurren y a las diferencias particulares de sus acciones, los acontecimientos de las últimas semanas hacen fluir una única agenda poniendo aún más sobre relieve dos aspectos del conflicto en curso: momento de agudización de la guerra inter-imperialista que alcanza un carácter global. Sucesos en apariencia distintos, aislados, dispersos y distantes, como el Brexit en Inglaterra, el intento de golpe en Turquía y los atentados en Alemania y en Francia, no son elementos contextuales para la situación nacional. Por el contrario, construyen un hecho social cuya magnitud es única: la global. Y ese es el estado mismo de lo que asumimos como “nuestra” la situación. En etapas anteriores, bien podían distinguirse acciones, posiciones y acontecimientos nacionales y concatenarse con otros internacionales. Pero sucede que ya no hay dimensión nacional en sí. Como resultado del cambio en la contradicción principal, lo nacional sigue existiendo -obvio, como cualquiera de las actividades de la economía- pero más subordinado aun dentro del nuevo alineamiento de las fuerzas y de los intereses de los actores que las componen. Desde “aquí”, podrá decirse que no hay modo ni posibilidad alguna de intervenir “allá”, en aquellos sucesos de aquellas regiones. Sin embargo, queriendo o no, con independencia de nuestra voluntad incluso, estamos siendo parte del frente latinoamericano de la misma guerra. Lo que redefine la posición y el valor de lo concreto, es decir, que lo pone en términos relativos, es justamente y siempre la relación principal dominante. Llegado a este momento, continuar separando lo nacional de lo internacional es la estrategia de fragmentación que para unos será la fortaleza de su avance y dominación y, para nosotros, la incapacidad de concebir correctamente el problema en danza y que implica desplegar unas acciones -y no otras- que se correspondan a tamaña circunstancia. Ya veremos que ese “tamaño”, lejos está de ser inabordable y bien cerca queda de nuestras prácticas sencillas y posibles. También se podrá decir que esta visión totalizante inmoviliza la militancia porque establece caracterizaciones y metas inalcanzables. Al respecto, dos cosas: primero habrá que discurrir sobre la militancia a la que se hace referencia y contra qué otras tareas de la militancia se comparan éstas. En concreto, esto significa confrontar lisa y llanamente un plan de acción contra otro. Y por lo tanto, ya dos lecturas distintas del problema de la realidad, es decir, dos problemas distintos a resolver. Lo segundo, es que resulta lógico que el reflejo inmediato ante lo nuevo sea justamente negarlo, tomando como base lo venimos haciendo y el recorrido “esperable” en ese marco. Por eso, es crisis profunda y por eso es momento bisagra. Pero incluso antes de llegar a hacer esa entendible comparación, vale sobre manera ratificar que esta visión de la realidad, esta concepción del problema principal de la realidad sobre el que trabajar, tiene tareas, y son más tareas que aquellas que aparecen “naturalmente” en la media social que conocemos como la actividad política. Y además, son tareas simples, concretas, cotidianas y anónimas que cuando se ponen en movimiento y se expresan como plan de acción, su peso es superior en relación a cualquiera de aquellas otras. Es así entonces que no se discuten ideas abstractas sino que se discute la práctica y en la práctica. Lo contrario, es lo que llamamos el discurrir académicos por ver quién tiene razón sobre un tema. Y de lo que se trata es de imponer una verdad que se verifica como tal mediante la acción de los hombres. Dentro de ese conjunto de tareas, una de ellas es esta misma lucha en y por la unidad de la concepción del problema, lucha por superar la expresión liberal (desde el punto de vista de las visiones de mundo) y conservadora (desde el punto de vista de la política) que pretende mantenerse como conductora de un proceso que a todas luces ya la supera, y que se presentan en el discurso y en la práctica política justamente separando y distanciando siempre lo general y lo particular, lo interno y lo externo, lo objetivo de lo subjetivo, el objeto del sujeto, la economía de la política y la política de la economía, la práctica y la teoría, etc, etc. Es ésa la raíz -invisible, bajo tierra- de la visión que inmoviliza los procesos en curso: desarma a los hombres de las herramientas necesarias para afrontarlos, describen el paisaje desde el follaje superficial sin explicar el fondo, no toman la actualidad de la realidad como prueba para hacer nuevas preguntas y construir nuevas respuestas sino que, por el contrario, la usan para justificar posiciones ya tomadas y dogmas ya rezados. Es así que el hombre, aun con voluntad de lucha, queda librado a la mera posibilidad de continuar la reproducción simplemente de “la vida social” y de su vida cotidiana, tanto material, cultural y política. Por caso, la preocupación por la situación internacional que han manifestado las autoridades del actual gobierno y también algunos referentes de la oposición político-institucional, no deja de ser una forma de tomar distancia de un conflicto (el mismo conflicto) que se manifiesta por otros medios, acá, en nuestra geografía. De esa manera, dividen la geografía territorial de la geografía política. O, lo que es lo mismo, cambian el espacio social por el espacio geográfico formal. Con mayor o menor preocupación, tomando partido o no frente a esos acontecimientos "foráneos", asumen una perspectiva conservadora para el devenir de la situación que aún siguen considerando “nacional”. Cuanto mucho, comparan lo acontecido afuera explicando su posición sobre el accionar político nacional: “si no, mirá lo que le pasó a Brasil", concluían ambas facciones hablando por los medios del impeachment ocurrido en el vecino país. Asumen así una misma posición y la valoran en sentido contrario. Con la fuerte presión económica sobre el salario y sobre los recursos que el pueblo necesita y empeña para garantizar su vida diaria y que dispone también para organizarse sectorial y políticamente de diferentes maneras, las relaciones internacionales económicas y político-institucionales que está tejiendo el nuevo gobierno de la Alianza UCR-PRO quedan solapadas tras lo urgente. En el mejor de los casos, son visibles y denunciadas por la dirigencia, pero parecen inabordables incluso por la aparente escasez de recursos disponibles para coordinar acciones y manifestaciones. Vale a ese respecto señalar que los recursos resultan escasos cuando es lo que sobra, lo que queda, y no lo que se pre-dispone para afrontar el problema que se entiende como prioridad. Ese es uno de los aspectos prácticos y concretos que se intenta poner aquí sobre relieve. El uso de los recursos, entre ellos el tiempo de las personas, está orientado siempre por un plan que motiva las acciones del presente para objetivos de futuro, seamos conscientes o no de ello. Se lucha ahora, entonces, por la orientación de los recursos para que sean medios de lucha, morales y materiales, pero de la lucha que se pretende dar y no de otra. El brusco enfriamiento de la economía interna dispuesto para disminuir el registro estadístico de la inflación pretende justamente detener ese movimiento social completo: el movimiento diario de la sociedad empeñado para garantizar los aspectos básicos de su vida cotidiana -y en lo posible alcanzar otros aspectos superadores-, y también el movimiento de las tareas políticas de las organizaciones del pueblo, se trate de organizaciones ya institucionalizadas -como sindicatos, cámaras empresarias, colegios profesionales, partidos políticos, entidades públicas y/o estatales-, o de otras institucionalmente "informales” -como agrupaciones de diversa índole y organizaciones comunitarias, barriales y de vecinos- pero absolutamente legítimas ya que a su modo intentan satisfacer intereses particulares o necesidades no garantizadas justamente por la institucionalidad vigente. América Latina ha vuelto a ser un territorio en disputa en este período de la historia signado por una nueva reorganización mundial. No hay una coincidencia historiográfica. Por el contrario, indica el grado de desarrollo del conflicto principal -tanto en su intensidad como en su extensión- entre las fuerzas que mueven el mundo: es literal, son las fuerzas que establecen el ritmo y el sentido general del movimiento material y cultural del mundo. La explotación de América ya fue base del proceso de acumulación originaria de los capitales industriales centrales que inauguraron su fase imperialista. Ahora, afrontamos también un modo de extractivismo pero en la etapa financiera global del capital. Ya no se trata de que nos hayan dejado las venas abiertas sino de que han tendido nuevas redes por donde movilizar tanto las riquezas naturales que los proveen de insumos, los saldos nacionales de la balanza de importaciones y exportaciones (que expresa la dependencia tecnológica y subordinación política de nuestras economías), los dividendos de las acciones, los beneficios de los fondos de inversión, la ganancia empresaria, la rentabilidad del interés bancario, la circulación de los papeles de las bolsas, como también el salario de la masa social digitalizado como consumo a crédito. La intención explícita de colocar bases militares norteamericanas en Argentina, no manifiesta solo una posición antipatria del actual gobierno. Hay ya una base militar en Malvinas y su archipiélago, que desde su instalación fue señalada como base de la OTAN en el Atlántico Sur. ¿Es aún de la OTAN esa base británica? ¿Es hoy la OTAN el ámbito que institucionaliza el consenso de las fuerzas armadas dominantes respecto del presente y del futuro del mundo? Las fisuras en la OTAN cuando intervinieron militarmente en Irak - en la primer década del siglo- y ahora, en los años recientes en Libia, Irán, Siria, Ucrania, y por otra parte, el G-20, la floreciente ONU en general y su Consejo de Seguridad, no reflejan acaso una crisis de poder entre las fuerzas dominantes, aquellas que otrora establecieron en bloque la paz mundial, es decir, que torcieron la situación generando un escenario favorable, permeable, para desplegar sus fuerzas productivas materiales y culturales sobre los territorios de los derrotados? En ese marco, en las condiciones que impone ese nuevo marco, ¿puede resolverse una posición frente a las políticas económicas de gobierno para con el pueblo y una posición frente a sus políticas económicas para con las corporaciones (las relaciones “nacionales interiores” y las “nacionales exteriores”) sin que ambas coincidan en el mismo punto? Es decir, tras una década de políticas de gobierno de inclusión social, recuperación de la capacidad productiva instalada y tasas de pleno empleo, ¿es posible aún que pueda haber mejoras en las condiciones materiales de vida del pueblo sin resolver la presión de la atmósfera imperialista? Y para ello, ¿es posible resolver efectivamente entonces la cuestión nacional (ganar soberanía política e independencia económica en el escenario internacional) sin resolver la cuestión popular, es decir, las relaciones políticas y económicas del pueblo mismo? Éste es el aspecto concreto de la situación en el que convergen todas las tensiones. Las supuestas distancias geográficas y temporales -entre allá y acá, entre lo local y lo global- se acortan, o mejor dicho, se superponen simultáneamente como filminas, unas sobre otras, haciendo un mismo y único mapa con diversas capas. Y desde esa perspectiva aparece lo medular: el nodo particular que participa en lo general, el aspecto secundario que constituye lo principal, el aspecto táctico de la perspectiva estratégica. Una América Latina popular, del pueblo, es entonces la manera de participar en el conflicto global. La relación de las fuerzas dominantes se acerca cada vez más a un punto crítico y genera así las condiciones de posibilidad de expresión del proyecto de los pueblos. Pero todo es lucha porque ese punto crítico imperialista global no implica en nada que alguna de las partes involucradas colabore ya con el desarrollo del proyecto popular. Más bien, ya pasó a ser todo lo contrario. Pero lo que sí implica es que esas fuerzas empeñan allí aun más medios y más recursos, y con ello movilizan como “infantería social” a las poblaciones para que diriman como cuestión nacional lo que en el fondo es la liquidación de la estrategia del pueblo como conjunto. La rapidez con la que la alianza en gobierno ejecutó el shock económico, el realineamiento internacional -rompiendo los conglomerados regionales como Mercosur, Unasur, Celac- y el retorno al esquema del endeudamiento, es síntoma del grado de beligerancia de ese enfrentamiento principal global: esas medidas adoptadas son movimientos requeridos por ese enfrentamiento y son movimientos que dan curso a ese enfrentamiento que libran las alianzas globales principales para controlar el territorio social latinoamericano. Sucede que las disputas electorales de 2015 en todo Latinoamérica pusieron efectivamente en juego el curso futuro de la contradicción principal: el creciente alineamiento continental de la última década con el multilateralismo global -que es financiero y cuya base de operaciones es la City de Londres-, versus la reconexión con la red financiera global del dólar comandada desde New York-Wall Street y que en el mercado toma forma de Alianza del Pacífico, de Alianza Transpacífica y de Alianza Transatlántica. Si se repasan los últimos años de la agenda institucional de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos, se verá que sus diplomacias prefirieron concurrir a la ONU del G-20, su Consejo de Seguridad y su Tribunal de la Haya antes que a la OTAN americana-europea de pos-guerra y su instrumento continental OEA. Y si se mira la agenda y el volumen de inversiones económicas e intercambios comerciales, también. Hay que tener en cuenta que cuando se habla de unipolarismo o multipolarismo, se hace referencia a la política que lleva adelante, a cómo aparece o quiere aparecer, es decir, a la estrategia de dominación de cada una de las fuerzas principales en disputa. Estrictamente, no puede haber sino dos polos que en la lógica del capital tienden siempre hacia la concentración y la centralización aun cuando su política expansiva sea inclusiva de otros bloques político-económicos, de otras alianzas sociales, otras clases y fracciones. Ese movimiento, que es ley general, es lo que los hace poner en disputa. Está claro que esa contradicción no aparece así a los ojos de la sociedad. Pero para quienes observamos los procesos fundamentales de cambios en las correlaciones de las fuerzas, el enfrentamiento principal no puede de ninguna manera estar enteramente, franca y frontalmente pre-establecido, prolijamente ordenado y alineado. Por el contrario, se encuentra en pleno desarrollo y solo en ese sentido es aún una condición de posibilidad. Cuando estas tensiones críticas se consoliden, podemos darnos por derrotados. Es por eso que no se puede esperar una resolución observando cómo se desarrolla y cómo se alistan los diversos actores en uno u otro campo de las fuerzas. En primer lugar y a ciencia cierta, nadie espera. Quien toma distancia, toma así una posición, y esa posición -aun sin querer- no puede sino estar en uno u otro campo de alianzas. De eso trata la necesidad de tener iniciativa. Tomar distancia -geográfica, por ejemplo, entre allá y acá- implica ya una subordinación e incluso una doble subordinación: al esquema de alianzas nacionales primero, que son las que deciden una política nacional en relación al conflicto internacional. Segundo, porque como se sostiene, el desarrollo de las fuerzas productivas principales bajo la lógica del capital plantea un escenario de integración (desigual si se quiere) en una dimensión global y por lo tanto no estamos ni afuera ni lejos. Tomar distancia mirando el contexto como contexto, es ya una posición. Tercero, porque las fuerzas sociales se generan en territorios como alianzas sociales, y se conforman como fuerzas según se alisten en los sucesivos enfrentamientos: la guerra es también una disputa por la re-construcción de nuevas y destrucción de viejas alianzas que re-organizan una territorialidad. Si no fuese así, no habría guerra propiamente dicha y la paz diplomática de la democracia republicana seguiría dominando por completo el espacio social. Espacio social, espacio de la vida social, alguna vez separado en clases y repartido sucesivamente en porciones de territorios-países dentro de los cuales esas mismas clases tejieron sus alianzas políticas para disputar el gobierno de esos mismos territorios. Y finalmente, porque las alianzas justamente se tejen y destejen según las acciones que se impulsen para forjarlas, para generarlas. Y si se las forja, es para ponerlas en juego, es decir, en movimiento. Solo en movimiento son una alianza porque así es como se distinguen del movimiento que pretende el enemigo. Y sin que necesariamente haya un choque o encuentro frontal, ese es el modo en que las fuerzas se van enfrentando. En ese sentido -tanto de oportunidad por la profundidad que toma la disputa principal que envuelve al resto, como de necesidad de superarla por la gravedad social que implica-, es que una respuesta nacional tiene hoy la limitación de expresar solo el interés de alguna de las dos posiciones imperialistas, cuya condición es que “la política” se escinda de su base social. La genuina expresión de soberanía no puede ser a esta altura sino la bandera del proyecto del pueblo, que no es lo mismo que el proyecto político-institucional que ocupa la representación del pueblo enajenándolo así de poder. Es éste el momento en el que aquella extemporánea reflexión sobre el sujeto del proceso político tiene necesariamente que materializarse como conducción del pueblo de sus acciones haciendo al movimiento social. Y para distinguirla del consignismo y del formalismo, vale precisar que la conducción es siempre la lucha por la conducción, pues se conduce conduciendo, pues conduce quien puede conducir. Éste es el momento también en que es necesario discernir qué es la conducción y no confundirla con los “conductores”. ¿De qué se habla hoy en general cuando se reitera con énfasis la necesidad de una conducción: de la conducción orgánica o de la conducción formal? La conducción es la lucha por la orientación de las alianzas sociales -que como se dijo, definen una nueva territorialidad-, y es entonces la lucha que se concreta en las tareas prácticas que las organizaciones del pueblo realizan en y para los frentes sociales. Y allí radica la fortaleza estratégica, en la capacidad de asumir el proceso selectivo -de prioridades- que implica una planificación y de desplegar los recursos disponibles en ese sentido. Las condiciones objetivas -que no controlamos porque están sometidas al estado del capital- y la orientación de las tareas -que es lo único posible a nuestro alcance- son los aspectos que hacen a una situación. Y en tales condiciones dadas, solo las tareas de poner en movimiento el cuerpo social logran componer un escenario favorable para las luchas del pueblo. Doblar la mano de las políticas económicas de gobierno con institucionalidad y sin movimiento popular, nos devuelve a la conducción de las expresiones imperialistas, tanto del viejo imperialismo de unidad nacional de territorio-país como del nuevo imperialismo global desterritorializado geográficamente. En este marco, la iniciativa del espacio político-sindical que está planteando poner en movimiento el aparato de representación sectorial para vertebrar la alianza pueblo, no puede lograr sus cometidos sin incorporar el anti-imperialismo continental: no como geografía, ni como jurisdicción, ni como utopía sino como espacio social concreto, como conjunto de las relaciones sociales de la producción, del trabajo, del conocimiento, de la educación, de la cultura, que las nuevas formas financieras del capital pretenden mantener bajo su alcance. Para que quede claro: el anti-imperialismo no es una bandera pintada que encabece la marcha sino la composición social concreta que se moviliza en conjunto. Solo el pueblo salvará al pueblo. Y, a esta altura, solo hombres y mujeres del pueblo patria grande pueden hacer la Patria Grande. Sin cambiar entonces la composición actual de la alianza que contiene al movimiento obrero, puede incluso que este espacio político-sindical gane las elecciones internas pero quede retenido dentro del papel institucionalizado que la sociedad en general, y las estructuras políticas en particular, le otorgan al llamado movimiento sindical. Y a la inversa, puede que no logre participar de la nueva representación sectorial pero lanzar esta disputa reordena de otra manera el campo de las alianzas sociales convocando al pueblo a concurrir en un nuevo escenario concreto. Para que la lucha sea la que se pretende, lo concreto, es decir, lo sustantivo, es afrontarla en una nueva alianza social. Lo que ocurre es que ya no hay posibilidades de dirigir efectivamente ni un sector de la sociedad -cualquiera sea- para alcanzar el ejercicio pleno de sus derechos, ni tampoco a la sociedad toda para alcanzar la pretendida soberanía, sin concurrir en el escenario social. Todas las organizaciones de la sociedad -sectoriales y políticas-, de todo tipo y de todos los colores, reproducen hoy la forma institucional piramidal y por rama que contienen sus representaciones de lo local en una totalidad nacional que ya no es justamente “la totalidad”, que ya no es aquella vieja totalidad encerrada en límites cartográficos y jurídicos que expresaba el interés y el alcance de las cadenas productivas de valor predominantes, e incluso expresaba la vocación del pueblo de regular su funcionamiento para beneficio de la Nación. Afrontamos en esta etapa un nuevo punto crítico de los ciclos largos del desarrollo de las fuerzas productivas bajo la relación de propiedad del capital. Son períodos en los que ya no es posible delinear y desplegar efectivamente un modelo de desarrollo sin recomponer posiciones y relaciones estratégicas. En esa larga historia, continuamos arrastrando los resultados de lo que respectivamente se puso en juego en la Batalla de Caseros, de 1852, y la Guerra de la Triple Alianza, de 1864 a 1870. Son puntos críticos porque se invierte la lógica y el orden de la secuencia de desarrollo en una etapa, justamente porque lo que se cambia es de etapa. Y se cambia de etapa, si se hace lo posible para hacerlo: si se concibe el momento y se predisponen los esfuerzos en ese sentido. Todo es lucha y en cada momento se lucha por lo que ya es posible luchar y porque luchar es generar las condiciones de un escenario favorable. Como se dijo, es éste el momento bisagra en el que no hay posibilidad de proyecto económico sin resolver las condiciones de dominación. Las clases y fracciones de la estructura económico-productiva, solo aliadas se convierten en tales -en clases-, y solo así pueden a la vez romper la inercia y confluir en el movimiento social. No hay huevo o gallina. No hay lógica ni orden formal de causa-efecto o paso uno y paso dos. Hay síntesis donde forma y contenido, materialidad y subjetividad, economía y política, concurren en un espacio social nuevo que los re- compone, que los re-ubica, que los re-arma. Solo se rompe el estado de inercia -de la institucionalidad ya acotada- poniéndose en movimiento. Sin esa iniciativa, todo lo demás es reacción. La reacción es el impulso “natural” contrario ya presupuesto en un sistema equilibrado de fuerzas. La iniciativa es la ruptura de ese equilibrio. La discusión en curso sobre la unificación de la CGT -prevista en el calendario del mes de agosto- es el punto de inflexión del planteo de unidad del movimiento obrero. Se pondrán en juego en ese encuentro las estrategias principales en danza: la burocracia formal del sindicalismo reformista burgués (centralismo burocrático) o la burocracia orgánica del sindicalismo reformista obrero (centralismo orgánico). La primera, bajo el yugo completo de la disputa interimperialista. La segunda, como posibilidad de re-componer las alianzas sociales del pueblo lanzando el frente social, dándole vida al movimiento. No es éste ni un enunciado idealista que apela al mero voluntarismo ni un consignismo reivindicativo despreocupado. Por el contrario, se trata de encausar las reivindicaciones sectoriales históricas en un programa social en el que sean posibles (es decir, en un escenario que las haga posibles) y no al revés, reteniéndolas en una obviedad formal que las encapsula, que clausura el escenario de las luchas sociales del pueblo y queda observando todo lo que no se puede hacer porque el mundo está como está. Porque el mundo está como está, justamente, se trata de romper el apego a la burocracia formal que se expresa en la sociedad toda como institucionalismo (tanto en las entidades de representación sectorial como en los partidos y agrupaciones políticas) que prefieren conservar una posición en la estructura y una identidad en la superestructura que ya son fragmentarias o secundarias respecto al momento que se atraviesa. Es lucha, entonces, contra el oportunismo y el objetivismo abstracto: ver quiénes y cómo se pelean y elegir dónde hay más beneficios. Un oportunismo que no es adjetivo calificativo de una facción, sino un comportamiento concreto -la reacción incluso lo es, por ejemplo- al que quedan relegadas todas y cada una de las posiciones que, aun pretendiendo lo mejor para el sector que representan, no comprendan el escenario del que estamos siendo parte. El presente abre un momento en que no solo se pone en juego el pasado, como restitución de la estructura social de bienestar y de las conquistas conseguidas, sino el futuro mismo de la sociedad toda. Se lucha contra la estructura y así se lucha contra nosotros mismos: conservar las mejores posiciones dentro del equilibrio de fuerzas o dentro del orden establecido, o empujar la ruptura de ese equilibrio desfavorable. Lo primero, incluso, es fácticamente la mayor de las ilusiones aunque se ofrezca como la mejor y única posibilidad. Pasa que, dado el desarrollo del capital, su necesario y continuo empuje por generar condiciones sociales donde maximizar su rentabilidad y cuyo grado de profundidad se expresa hoy -como se dijo- en la intensidad de las disputas desplegadas en una nueva extensión y penetración global, no hay lugar donde conservar nada de lo conseguido tal cual como fuera conseguido. No es tragedia. Es oportunidad. Y hay que trabajar para que lo sea. El sector del trabajo afronta la disputa de pasar el centro de gravedad del sistema institucional de representaciones al movimiento social. En esa particularidad se expresa la pelea por la conducción del campo popular, es decir, la pelea por orientar las acciones que determinan el marco de las alianzas y construyen el escenario de futuro. En ese sentido, el encuentro previsto para agosto, entre los alineamientos y las posiciones en torno a la unificación de la CGT, es la síntesis estratégica que resulta de la superposición de las dimensiones -filminas- en las que se expresa la disputa principal global. Esta estrategia obrera de la alianza de todo el pueblo (del campo del pueblo contra el régimen) es la recuperación de la sociabilidad de los territorios, de la conversión de las geografías, cartografías y jurisdicciones en espacios sociales, de la ruptura con el institucionalismo que en etapas anteriores logró posicionar mejor al sector pero que ahora lo encorseta pretendiendo poner todo lo social que explica la condición de pueblo, dentro de moldes y recipientes: límites nacionales, límites de propiedad, límites en todas las formas institucionales. ¿Es responsabilidad exclusiva del movimiento obrero? Claro que no lo es. Pero sí es suya la iniciativa que hace al momento mismo como posibilidad concreta: dar la disputa política apelando al frente de masas vía el quiebre del frente interno. Es responsabilidad de las organizaciones que tenemos la voluntad de pelear por la liberación de los pueblos, leer este momento comprendiendo que una vez más, es la clase trabajadora la única que tiene y puede tener, en condición de tal, la posibilidad y la capacidad de vertebrar la lucha en términos sociales. Leerlo y comprenderlo de ese modo es una decisión que solo puede ser evaluada según lo que hacemos: en la disposición concreta de nuestro tiempo para trabajar en garantizar las condiciones necesarias y suficientes para que la lucha principal sea ésta y no otra. Desplegar con intensidad la estrategia social en todos los espacios de la nueva y necesaria “extensión” social (que es comunidad y que es Patria Grande) es la manera de ser parte del conflicto principal, de agudizar la contradicciones inter-imperialistas logrando convertir las condiciones estructurales de dominación por las que ellos disputan, en una situación favorable al pueblo, en una encrucijada histórica. O peleamos por nuestra vidas, o nos alistan como infantería -económica, política, cultural o militar- en cualquiera de los bandos y nos mandan a su guerra. En su guerra, la apropiación de los recursos de un país o región en manos de otro, es lo que aparece públicamente. Pero la descripción de los medios y de los objetos pretendidos nunca hace a los objetivos estratégicos de las fuerzas que se enfrentan. Por eso, describir la cuantiosa cuenca de recursos naturales, que son estratégicos para el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales pero privadas y denunciar la intención de las potencias de hacerse de ellos, no resuelve la estrategia popular. Entre 2003 y 2011, la suspicacia liberal progresista y la autodenominada izquierda se presentaron como tales denunciando que los americanos del norte pretendían controlar el petróleo depositado bajo las tierras de oriente medio. Presentar el problema simplemente de ese modo es otra manera de tomar una distancia inabarcable, sin práctica posible en el marco de las formas que toman las luchas de las clases en los territorio sociales concretos, y de darle continuidad entonces a la guerra entre países por manejo de recursos. Esa posición no saca la guerra del orden establecido: la des-socializa, la institucionaliza y no pone el foco en el sistema de dominación social. Es decir, formulando el problema de esa manera -sea a favor o en contra de cualquiera de los bandos-, cancela la expresión de la dimensión social que se pone en juego, que son los intereses y las condiciones de vida del pueblo en la forma capitalista de organizar la sociedad. Des-armar al pueblo, des-integrarlo en fracciones, eliminar sus capacidades de luchar como tal, para que no pueda disponer de esos medios y recursos para su desarrollo integral. Es decir, des-armarlo para la lucha como alianza-pueblo y armarlo para que luche cuanto mucho en la alianza-país: he aquí el objetivo estratégico de la guerra bajo el régimen de dominación. Y por lo tanto, ahí debe hacer foco ahora la tarea principal de la estrategia del pueblo. Lo riguroso es simple si se tienen los pies en los sectores y en las geografías del pueblo y esta visión de futuro.

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