miércoles, 12 de febrero de 2014

Pesadillas infantiles en la ley de la demanda


Alejando Nadal, La Jornada

Los lectores han estado bombardeados por la retórica de que el mercado abierto y sin restricciones es algo muy positivo. Esta es una poderosa arma ideológica que se repite en todas las discusiones importantes. Trátese de la privatización de activos públicos o de un tratado de libre comercio, siempre se escucha la misma canción sobre la eficiencia del mercado.

En lo que sigue los lectores podrán aprender un resultado de la teoría económica que subvierte todas las afirmaciones de los profesores de economía seguidores del neoliberalismo. Por algo no se enseña en las universidades.

Toda la teoría neoclásica del mercado descansa en una idea que parece tener sentido: cuando sube el precio de un producto, se reduce la demanda del mismo. Y viceversa, cuando el precio cae, la demanda crece. Es la primera lección de economía. Al alumno se le pone el ejemplo de Juanita y su demanda de, digamos, blusas. Cuando aumenta el precio de las blusas, Juanita compra menos blusas. Cuando baja ese precio, Juanita compra hasta dos blusas y así sucesivamente.

Al estudiante de economía se le dice que sumando todos los individuos como Juanita, se puede determinar la demanda total en el mercado de blusas: la demanda de mercado de un bien se reduce al aumentar el precio de ese artículo y viceversa. A esto se le llama la ley de la demanda. Al decir que la curva a nivel de mercado se comporta igual que la curva individual de Juanita, el profesor de economía actúa como prestidigitador que de un sombrero saca al conejo del proverbial truco de magia.

Acto seguido se dice que hay que tomar en cuenta la oferta: los productores de blusas aumentan la oferta cuando aumenta el precio y la reducen cuando éstos caen. Para terminar, se afirma que hay un precio al que la oferta de blusas es exactamente igual a la demanda de blusas. En ese punto tenemos un equilibrio: el mercado ha conciliado los planes de los consumidores y de los productores. Pero no tan rápido.

El ejemplo de Juanita suena aceptable, ¿verdad? Es algo casi intuitivo. Pero lo intuitivo suele ser engañoso.

Hasta aquí el análisis se ha restringido al caso de una sola persona y de un solo bien. También se ha aceptado el supuesto de que podemos sumar la demanda de los demás agentes de la economía y a introducir otros bienes sin problema. Pero esos supuestos no se justifican.

Resulta que cuando empezamos a tomar en cuenta a más agentes y bienes en la economía ya no es posible determinar la demanda del mercado. La razón es sencilla. Cuando vimos el ejemplo de Juanita y las blusas, hicimos abstracción de los demás bienes y, por lo tanto, del impacto de las variaciones de precios de las blusas sobre los demás mercados. Pero ahora que tomamos en cuenta a los demás bienes y agentes en la economía tenemos que aceptar que las variaciones de precios afectan la distribución del ingreso. ¿Por qué? Porque un aumento de precios en bienes que un agente posee aumenta su riqueza (o su flujo de ingresos) y al revés (cuando se reduce el precio de los bienes en su dotación).

Los economistas conocen desde hace mucho el llamado efecto sustitución. Cuando aumenta el precio del café los consumidores reducen su demanda de ese bien y le sustituyen con otros bienes como té. Pero con frecuencia se olvidan del efecto riqueza: cuando aumenta el precio de los bienes que un agente tiene en su patrimonio aumenta su riqueza o, si se prefiere, el flujo de ingreso que recibirá en el futuro por el nuevo cambio en los precios. Eso se traduce en un nuevo problema: en virtud de que el aumento de precios trae aparejado un incremento en el ingreso de algunas personas, resulta que esos sujetos pueden ahora darse el lujo de cambiar sus planes de demanda. Y ahora pueden adquirir los bienes cuyos precios están aumentando.

Pero eso es un desastre porque ya no se puede afirmar que la demanda de un bien determinado se reduce al aumentar su precio. Debido a que el cambio de precios altera el ingreso, puede ser que la demanda de un bien cuyo precio aumentó crezca o permanezca inalterada.

¿Qué implicaciones tiene todo esto? Pues sencillamente que ya no es posible decir nada sobre la formación de los precios de equilibrio y no se puede andar por ahí pregonando las virtudes del mercado. Casi nada de lo que dicen los economistas tiene sentido una vez que tomamos en cuenta las implicaciones del efecto del cambio de precios sobre la distribución del ingreso. Y no sólo eso: tampoco es posible pasar a construir los ‘agentes representativos’ que tanto gustan en la teoría macroeconómica neoclásica.

Entre 1971 y 1974 se publicaron los teoremas de Sonnenschein, Mantel y Debreu que sustentan los resultados mencionados arriba. Estos autores buscaban demostrar que sí se podía construir la teoría del mercado a partir de un agente aislado que se comportara como el ejemplo de Juanita. Encontraron el resultado contrario. Pero eso no se enseña en los libros de texto de las universidades. No sea que los niños vayan a tener pesadillas y no duerman bien.

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